“El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre; una cuerda sobre un abismo. Lo que hay de grande en el hombre es que es un puente y no una meta; lo que se puede amar en el hombre es que es una travesía y una decadencia.”
Friedrich Nietzsche
La joven pareja conversaba con el entusiasmo puro que sólo pueden tener los inocentes. Ella hablaba de arte y él la escuchaba como si fuera la mujer más encantadora sobre la faz de la Tierra. A su vez, ella lo veía como si fuera el ser humano más interesante del mundo. Y era posible que ambos estuvieran en lo cierto.
–…los colores rojos y ocres los puedes conseguir con arcillas. Para el blanco, las piedritas molidas, y para el negro basta con un poco de carbón. Hay que mezclarlos muy bien con grasa para que se forme una masa muy pareja, ¿lo ves?
Amasó la pasta pringosa, que poco a poco fue adquiriendo un aspecto más homogéneo, hasta estar satisfecha con el resultado.
–Así ya está bien. Después puedes usar los dedos para hacer los dibujos y pintar. Me ha llevado muchas pruebas y errores aprender a dominar la técnica. He pasado muchas tardes al sol, en la playa, dibujando sobre la arena. Con la práctica, la mano se va soltando, toma vida propia y hace cosas que en verdad no logras entender del todo. Son cosas nuevas, cosas que no existen allá afuera, porque son cosas que mi mano crea y no existen en ningún lado que mi mano no haya tocado.
Sobre el muro apenas alumbrado por la luz del fuego fueron apareciendo, obra de la destreza de sus dedos, las formas a la vez familiares y estilizadas de los animales que él salía a cazar. Él las miraba absorto, con la boca algo abierta, lo cual le daba un equívoco aire de tipo poco avispado. Cosas como esas pueden pasar cuando se está fascinado. Sólo pudo salir del hechizo cuando ella dijo que era suficiente por un día, que tal vez mañana siguieran, modificando esa figura o agregando otras.
–Es hermoso lo que tu mano ha creado. No es el animal lo que has capturado: es su espíritu, puro y hermoso, lo que ahora vive quieto sobre el muro –dijo él.
Desvió la mirada del muro y vio en sus ojos la señal inequívoca del amor. Ella le sonrió y dijo:
–Ahora es el momento de dejar nuestra huella. ¿Me alcanzarías mi huesito?
Ambos apoyaron las palmas sobre el muro, un poco debajo de los animales, y ella sopló a través del hueco del hueso por encima de sus manos. Una fina niebla de polvo rojo fue cubriéndolas y al retirarlas quedó inmortalizada la silueta de sus manos sobre el muro.
–Tu mano y mi mano: una caza al animal y la otra lo recrea.
Sintió de nuevo esa fascinación por ella que, divertida, volvía a sonreírle. Pensó que era el momento oportuno para mostrarle que él también tenía algunas ideas bullendo en su cabeza.
–Hay algo que te quiero mostrar, un pequeño experimento que estoy haciendo y que creo que puede ser de lo más interesante. Ven, acompáñame.
Por un momento, su rostro se llenó de temor y dijo:
–¿No querrás ir a las Tierras Prohibidas, verdad?
–No, desde luego que no. Ven, no está demasiado lejos, pero el camino es algo trabajoso.
Aliviada de permanecer en la relativa seguridad de sus territorios, aceptó partir. Sin embargo, ahora que había salido a la luz el tema de las Tierras Prohibidas, se sintió con valor para preguntarle algo que todos habían comentado pero que ella nunca había tenido la oportunidad de confirmar. Sin detener la marcha, le dijo:
–Todos saben que eres un gran explorador y que siempre encuentras los mejores sitios para cazar o recolectar. Hasta los ancianos admiran tu coraje e inteligencia, pero el rumor es que ellos te han pedido que seas más prudente, porque la tribu te necesita más que a nadie. Y que te han hecho este pedido porque en tus exploraciones has llegado hasta las Tierras Prohibidas, caminado por ellas y visto la morada de los espíritus que fueron. ¿Es verdad?
–¿Quiénes dicen eso?
–Ellos.
–Ellos dicen muchas cosas, ¿no?
–Es verdad.
Los dos rieron al recordar los rumores que corrieron cuando dejaron de ser los niños que se pasaban el tiempo peleando para ser dos adolescentes enamorados que parecían inseparables. Cuando dejaron de reír, ella lo miró con fingida seriedad y volvió a insistir:
–Y bien… ¿es verdad?
–Sí, es cierto lo que dicen, llegué a las Tierras Prohibidas. No es un lugar para recomendar. Fue allí donde un tigre pudo haber acabado conmigo, pero sólo me hizo unos rasguños superficiales. En verdad, nunca pude entender cómo logré escapar.
–¿Pero qué es lo que has visto?
–Montañas cuadradas, incontables montañas cuadradas y verdes, como dados gigantescos que se extienden hacia el cielo. No hay forma de que Madre Naturaleza haya creado eso.
–Pero si no fue Madre Naturaleza, ¿entonces quién?
–No lo sé, pero es evidente que sus espíritus son poderosos y que debemos mantenernos lo más alejado posible de las Tierras Prohibidas. Desde mi encuentro con el tigre, limito mis excursiones a lugares menos peligrosos, sólo lo suficiente para encontrar alimento. De todas formas, tengo otras ideas. Creo que lo que voy a mostrarte hará que nunca más tengamos que pasar hambre. Tal vez nunca más debamos depender de la buena fortuna de un día de caza. Ya casi llegamos. Mira, por aquí. Este es el lugar.
Con esfuerzo removió las rocas que bloqueaban el camino que estaban siguiendo y frente a ellos apareció un espacio amplio y protegido, cubierto de plantas de maíz. Al ver el maizal, ella lanzó un grito de alegría y comenzó a correr en rondas, tocando y comprobando con sus manos que todo ese alimento era real.
–Hay suficiente comida para pasar todo el invierno sin tener que molestarnos en salir un solo día a cazar o recolectar. Sólo lo haremos si nos place –dijo él.
–¡Es fantástico! ¡Es fantástico! –repetía ella, incapaz de contener su alegría.– Pero dime… ¿Cómo has encontrado este lugar?
–El maizal –dijo él.
–¡El maizal! –repitió ella.
–Este maizal, pues bien… En realidad, no lo encontré: lo crearon mis manos.
–¿Tus manos?
–Déjame explicarte. Es muy simple. Escucha esto: las plantas crecen a partir de semillas, entonces poniendo la semillas en la tierra y…
Nunca pudo terminar la frase. El elegante ataque del tigre que surgió del maizal se lo impidió.
* * *
No muy lejos del maizal, en las ruinas que los sapiens llamaban las Tierras Prohibidas, un Übermensch se quitaba las elegantes gafas que le habían permitido sumergirse en una realidad prehistórica y convertirse por un momento en el feroz felino. El calculado porcentaje de ADN humano que aún residía en sus células con toda probabilidad estaba en el origen del malestar difuso que sentía en ese momento. Los creadores lo habían potenciado mediante la ingeniería genética y la integración a la electrónica orgánica, pero habían considerado prudente no eliminar por completo las emociones humanas. En cambio, prefirieron diluirlas y someterlas a suaves mecanismos de control y retroalimentación negativa.
Era un simple Übermensch y como todos tenía un trabajo que hacer, una función que cumplir en el Gran Ecosistema. El suyo consistía en monitorear la vida cotidiana de una tribu de sapiens e intervenir en caso de ser necesario. Su trabajo era importante para mantener el equilibrio y la armonía en la Naturaleza. Los siglos de abuso posteriores a la revolución industrial habían llevado al planeta a una catástrofe ambiental, seguida de hambrunas y guerras que provocaron la extinción de muchas especies, entre ellas la humana. Y cuando todo parecía perdido y terminado, los Übermenschen tomaron el control. En pocos siglos la temperatura global descendió a niveles normales y volvieron los continentes verdes y los continentes blancos. Siguiendo las instrucciones de sus creadores sapiens, los Übermenschen recrearon las especies extintas a partir de bibliotecas genéticas. Los hombres volvieron a caminar por las sabanas y a dormir en las cavernas, como lo habían hecho por cientos de miles de años, armados con palos y piedras, cazando y recolectando durante el día, huyendo de los grandes depredadores, contando historias al calor de una fogata bajo un cielo de estrellas al caer la noche. El trabajo de algunos Übermenschen era asegurarse de que esa situación no se modificara. Después de todo, el tiempo que los humanos vivieron como una sociedad civilizada y compleja era despreciable frente al tiempo que vivieron como salvajes.
El Übermensch volvió a ponerse sus gafas elegantes y esta vez fue un pájaro que se posó en una rama a pocos metros de ella que, sin la menor posibilidad de socorrer a su compañero, había huido del maizal. Hipaba en silencio y todavía le caían lágrimas de los ojos rojos. El Übermensch sintió un efímero pero cálido dejo de emoción humana cuando comprobó, a través de los sensores remotos que llevaba el pájaro, que no sólo ella estaba a salvo, sino también el sapiens que crecía en su vientre. Consideraba altas las probabilidades de que la aterrada casi niña sapiens nunca quisiera volver a ese maizal donde se ocultaba el tigre que había matado a su casi niño amante. De todos modos, debería seguirla con cuidado: su principal función como Übermensch era evitar que los sapiens volvieran a descubrir la agricultura y reiniciaran el peligroso camino que conducía a la civilización.